viernes, 4 de noviembre de 2011

Prostituir la Sierra

Por: Catalina Ruiz-Navarro (@catalinopordios)

Los mamos Kogui pasan los primeros 18 años de sus vidas encerrados en el útero oscuro de la Sierra, entendiendo porqué son los guardianes del mundo, un mundo maravilloso por el que vale la pena recluirse. Esto cuenta Wade Davies, antropólogo canadiense.

Dice también que a sus 18 el mamo ve por primera vez, acaso el amanecer más hermoso del mundo: las bahías, los verdes palpitando de vida que se esconde en y tras las hojas, la brisa fría de la sierra, el limpio olor a mar, y el sol que va perfilando una a una cada superficie hasta que todo tiene color. Y entonces entiende que todo lo que aprendió en abstracto es cierto, que este es un mundo que vale la pena cuidar.


En Colombia estamos acostumbrados a que las reservas naturales se vendan al mejor postor. Creemos que lo público está al servicio de lo privado, sector que para el santismo es el motor de todo y por lo tanto hay que facilitarle el camino para explotar nuestros recursos y tenerlo contento, como un gordo camisiabierto que entre todos abanicamos en la playa.


Sabemos que el hotel 7 estrellas que piensan construir le hará daño al Parque, que sus beneficios (¿empleo como meseros a los indígenas y lugareños? ¿Nuevas recetas de cocina de autor? ¿Un lugar donde tener contentos a inversionistas internacionales para que compren más parques naturales y los exploten?) no compensan perder la riqueza natural y cultural del Tayrona, el etnocidio latente, el ultraje al patrimonio natural de todos, menos todavía cuando los beneficiarios no seremos todos, sino unos cuantos: los mismos de siempre. Sabemos que las empresas involucradas tienen un historial de daños ambientales y sabemos que por más incierta que sea la existencia de las comunidades indígenas para el Ministerio del Interior, están ahí, viven ahí, los hemos visto y si no, que digan de dónde salen las mochilas Arhuacas que tan bien se venden en Salvarte.


Para defender el Parque no se necesitan filiaciones políticas. Todos los que hemos visto un amanecer en el Tayrona compartimos un momento de revelación con los mamos. Todos los colombianos que hemos ido al parque tenemos un recuerdo increíble; yo, por ejemplo, aprendí a contar hasta diez camino a Arrecife. Esta conexión emocional la compartimos colombianos de todos los rincones, del pacífico, de las montañas, de los llanos y hasta de Pasto.


Que la posibilidad de perder el Tayrona nos haga tomar conciencia de que un Parque Nacional, Reserva Natural, es público, es decir de todos, parte de nuestra identidad, y por eso es nuestra responsabilidad defenderlo. La construcción de un hotel en Tayrona no nos conviene a porque vulnera nuestro patrimonio natural, cultural e identitario y porque ni siquiera veremos sus beneficios económicos. Hay que empezar a proteger en serio nuestro patrimonio y no dejarnos meter los dedos en la boca otra vez con un proyecto inmediatista y sin visión. Un lugar tan importante para todos debe y puede llamar a la suficiente resistencia civil para que el proyecto no se materialice. Es hora de que el gobierno y el sector privado sepan que no por Madre, la Sierra es puta.

Columna publicada el 19 de octubre de 2011 en El Espectador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario